Eurovision 2025

España en Eurovisión 2025, ¡qué mal todo!

España y Eurovisión 2025: otra vez, lo de siempre (pero peor)

No sé si fue el sonido, la canción, el escenario o que alguien ahí arriba nos tiene manía, pero lo de España en Eurovisión este año fue, y perdón por la crudeza, un puñetazo de realidad. Sin colchón, sin red, y con todo el continente mirando. Otra vez. Sí, otra vez. Porque ya empieza a dar la sensación de que nos hemos abonado al sufrimiento eurovisivo. Y esta vez, con letra pequeña.

Empezamos por el principio, la elección. Y no sé ni cómo explicarlo sin enfadarme. Se suponía que estábamos aprendiendo, que habíamos entendido que Eurovisión no es un talent show cualquiera, que aquí no vale con sonar bonito y mirar a cámara con cara de emoción contenida. Que hay que impactar, emocionar, sorprender. Pero no. Apostamos por lo seguro, lo correcto, lo previsible. Y el problema es que en Eurovisión, ser correcto es como intentar ganar una carrera de Fórmula 1 con un coche de autoescuela, lo vas a intentar, pero te vas a quedar en la cuneta.

La canción, sin alma. Sí, tenía un mensaje bonito, tenía arreglos modernos, tenía un beat más o menos actual. Pero no tenía lo más importante, identidad. Ese algo que hace que una canción se te clave en el pecho, aunque no entiendas ni una palabra. Y aquí es donde volvemos a tropezar: seguimos intentando gustar fuera sin gustarnos dentro. Y así no se va a ningún lado.

La puesta en escena… bueno, llamarla “puesta en escena” es un regalo. Una coreografía sin emoción, luces de catálogo, planos que parecían improvisados. Todo muy limpio, muy cuidado, pero sin un gramo de riesgo. Parecía un ensayo general, no una final que ve medio mundo.

Y luego está la artista. Que no tengo nada en su contra, de verdad. Me consta que canta bien, que trabaja duro, que ha puesto todo de su parte. Pero da la sensación de que la han soltado ahí con una responsabilidad que nadie quiso asumir. ¿Quién le dijo que eso iba a funcionar? ¿Quién le dijo que eso emocionaría a Europa? ¿Dónde estaban los asesores, los expertos, los que deberían saber qué funciona y qué no en este festival?

¿Y la actitud? No sé si solo lo vi yo… pero daba la sensación de que se sentía ganadora antes de que empezara la música. Como si todo estuviera ya escrito. Y claro, cuando las cosas no salen como uno espera, en vez de pararse a pensar, parece que empieza la búsqueda de culpables, RTVE, el público, Europa entera si hace falta.

Y entiendo los nervios, la presión y todo eso… pero lo de ir por ahí llamándose diva, como si el resto estuviéramos un par de escalones más abajo, no ayuda. Nada. Esa forma de hablar desde arriba, esa condescendencia que se colaba en cada gesto… lo único que hizo fue desconectar a mucha gente. Y en un festival como este, si no conectas, estás fuera desde la primera nota.

La cuestión es que nos quedamos en la parte baja de la tabla. Otra vez. Y ya empieza a ser más triste que sorprendente. Porque lo verdaderamente preocupante no es el puesto, es la sensación de impotencia, de déjà vu, de “esto ya lo hemos visto”. Nos ilusionamos, nos vendieron humo, y el humo se esfumó en directo.

Y claro, tras el batacazo, llegaron las excusas. Que si los votos políticos, que si el jurado, que si Europa no nos entiende. No, perdonad, pero Europa sí que entiende. Lo que pasa es que no le estamos dando nada que valga la pena entender.

Yo creo que hace falta parar. No un parón de un año, que eso sería rendirse, sino un parón interno. De ideas, de intenciones, de objetivos. Dejar de hacer Eurovisión como si fuera una obligación, y empezar a hacerlo como si nos lo creyéramos de verdad. Porque talento hay. Ganas también. Lo que no hay es una dirección clara.

¿Queremos ganar Eurovisión? Pues habrá que empezar por dejar de pensar en fórmulas mágicas, en canciones “que funcionen fuera”, y apostar por lo auténtico, lo que emociona, lo que representa de verdad lo que somos. Y si no ganamos, al menos que lo que llevemos nos haga sentir orgullosos. Que no tengamos que mirar al suelo cuando nos pregunten qué tal fue este año.

Porque esto no va solo de canciones. Va de cómo queremos que nos vean. Y, por ahora, nos ven como un país que no se toma en serio a sí mismo, un país de pandereta.

Y si me permitís, vamos al fondo del asunto. Porque el problema no es solo que España haga el ridículo en Eurovisión cada año, es por qué lo hace. Y aquí es donde me pongo malo.

El proceso de selección de nuestro representante es un desfile de egos, amiguismos y fórmulas caducadas. Apostamos por una música que huele a rancio, a naftalina, a años en los que lo que funcionaba era la balada dramática o el pop de manual con estribillo de libro y videoclip con ventilador, grupos que no venden música, sino historias lacrimógenas que nada tienen que ver con el arte.

Nos negamos a aceptar que el público europeo, y el español también, por cierto, está harto de lo mismo. El mundo quiere propuestas frescas, atrevidas, con identidad, con alma.

Pero no, seguimos tirando de la misma cuerda rota, nos aferramos al pop más cómodo, más de plastiquete, el que sale de los despachos y no de los garitos. El que suena bien, sí, pero no dice nada. Y lo peor es que ni siquiera es un buen pop, es el pop que no se arriesga, que no molesta a nadie, que suena igual en la radio que en un ascensor. ¿Y así queremos competir en un festival donde cada año hay propuestas que mezclan folklore con electrónica, baladas con rap y coreografías imposibles?

¿Y los grupos emergentes? ¿Dónde están en todo esto? Pues en sus locales de ensayo, en sus salas pequeñas, currándoselo día a día, sacando discos autoproducidos que, con suerte, escuchamos cuatro gatos. Tienen talento, tienen discurso, tienen autenticidad. Pero ni se les mira, porque claro, no son “comerciales”, no tienen seguidores suficientes en Instagram, o peor aún, no entran en el perfil que quieren venderle al mundo.

Y lo más sangrante, la política. No falla cada año parece que la elección del representante tiene que tener una carga ideológica, como si fuéramos a Eurovisión a dar mítines en vez de cantar. Se ha convertido en una especie de campo de batalla cultural donde parece más importante lo que un artista representa que lo que es capaz de ofrecer en un escenario. Y ojo, no digo que no haya espacio para el mensaje, la música también es política, claro que sí, pero cuando el mensaje tapa por completo a la música, entonces tenemos un problema.

Porque de nada sirve llenar titulares con lo «valiente», lo «reivindicativo» o lo «moderno» que es el artista elegido, si luego lo que lleva al escenario es una canción que no emociona ni aunque te la pongan en bucle durante una semana. Al final, Europa no vota por el storytelling de las entrevistas, vota por lo que ve y oye en tres minutos. Y si esos tres minutos no brillan, da igual cuántas causas abraces.

Lo más triste de todo esto es que hay otra música. Una que está viva, que está creciendo en las sombras, que está esperando su momento. Grupos que fusionan estilos, que componen desde las tripas, que no tienen miedo de sonar distintos. Pero claro, eso no vende tan bien en una nota de prensa.

Y mientras tanto, seguimos repitiendo el ciclo. Elegimos mal, nos hundimos en el ranking, lloramos un poco en Twitter, y al año siguiente… vuelta a empezar. 

Y yo me pregunto, ¿hasta cuándo vamos a seguir dándole la espalda a lo que de verdad podría hacernos destacar?

Tal vez no ganemos llevando a un grupo que acaba de salir del underground, es fácil que no quedemos ni en el top 10. Pero al menos, por una vez, llevaríamos algo que nos represente de verdad. Y, con eso, ya tendríamos más dignidad que todas las coreografías ortopédicas y los vestidos sensuales con lentejuelas del mundo.

Y ahora os lo pregunto a vosotros, porque yo ya he soltado lo mío y estoy seco de indignación:
¿A quién llevaríais vosotros a Eurovisión? ¿Qué artista, grupo o propuesta creéis que de verdad podría representarnos como país, sin disfraces, sin postureo, sin vender humo? ¿Cómo lo elegiríais?

Me encantaría leeros. Porque quizá entre todos, y solo quizá, podamos empezar a imaginar un camino distinto. Uno de verdad, con algo que decir, y menos artificial.

Gracias por quedarte hasta el final. Échale un ojo a este otro texto… y si te apetece, el podcast también está ahí, esperándote.

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