Cuando alguien empieza un pódcast, lo primero que suele pensar es en la idea que quiere compartir, en ese mensaje que siente que puede conectar con los demás, aunque la audiencia aún no exista. Yo también pasé por eso. Si elegí el formato de audio en vez de lanzarme a hacer un videoblog, fue porque creía que lo que tenía que decir era más importante que cómo me veía diciéndolo. Pero, en algún punto, las cosas cambiaron. La presión por “aparecer” empezó a colarse, como si, para ser relevante hoy en día, también tuviera que poner mi cara delante de una cámara. Y aquí es donde me pregunto: ¿realmente es necesario? ¿O estamos cayendo en una especie de juego de egos, donde la imagen termina siendo más importante que el mensaje?
Lo confieso: he hecho pódcast en video. Y aunque lo hago porque sé que muchos lo prefieren así, no es algo que disfrute demasiado. Cuando hay una cámara de por medio, todo cambia. De repente, ya no solo es sobre lo que tienes que decir, sino sobre cómo te ves al decirlo. La iluminación, el fondo, los gestos… todo empieza a importar. Pero esa importancia es artificial, porque lo que debería estar en el centro —el mensaje— empieza a perderse entre tantas distracciones.
Lo que me preocupa es que la gente termina fijándose más en esas distracciones que en el contenido real. ¿Cuántas veces hemos visto un video donde recordamos más la camiseta del presentador o cómo movía las manos, que lo que realmente estaba diciendo? El video tiene esa capacidad de apelar más a lo superficial. Y si bien es una herramienta poderosa, a veces siento que, sin darnos cuenta, nos aleja de lo esencial.
No puedo negar que vivimos en una época en la que la “marca personal” parece serlo todo. Se nos ha vendido la idea de que, para destacar, tenemos que ser visibles, que la gente nos vea, que ponga una cara a nuestras palabras. Pero ¿por qué? Me cuesta pensar que la fuerza de lo que queremos transmitir dependa de eso. Y aun así, la presión está ahí, constante. Mostrarte en video no es solo una opción, parece casi una obligación si quieres “existir” en el mundo digital.
El problema es que, en ese intento por ser visibles, acabamos poniendo el foco en nosotros mismos, y no en lo que queremos contar. No es raro que muchos creadores de contenido pasen más tiempo preocupados por su imagen en cámara que por lo que están diciendo. Y claro, en un entorno donde el “engagement” parece ser lo único de valor, caemos en la trampa de alimentar ese ciclo. Cuanto más me vean, mejor, ¿seguro?
A veces pienso que, en esa carrera por estar frente a una cámara, estamos sacrificando lo más importante: el contenido.
Y aquí es donde el pódcast en audio sigue siendo, para mí, la mejor manera de conectar. El audio tiene una magia especial. Sin imágenes que distraigan, la atención se centra completamente en lo que se está diciendo. Solo la voz y el mensaje, sin filtros, sin artificios. Y esa sencillez, creo, es lo que lo hace tan potente. La gente escucha lo que tienes para decir, no cómo te ves al decirlo.
Además, hay algo increíblemente íntimo en la experiencia de escuchar un pódcast. Es como si estuvieras hablando directamente al oído de alguien. No hay distracciones, no hay prisas por seguir el ritmo de una narrativa visual. El oyente tiene el control total sobre lo que escucha y cómo lo procesa, es capaz de abstraerse totalmente con el contenido y la voz del podcaster.
En este ambiente de abstracción, el entorno lo generamos con nuestra imaginación, así como la apariencia del narrador, o narradores, del pódcast. Esto tiene mucha fuerza, ya que hace trabajar nuestra imaginación y engancha más. No son pocos los estudios realizados sobre el poder de la radio, en este caso pódcast en audio, y de cómo la voz puede crear conexiones emocionales profundas. Al igual que en la radio, la voz del narrador en un pódcast no solo comunica información, sino que genera credibilidad y empatía. Estudios han demostrado que el atractivo vocal puede tener tanto impacto como el atractivo físico, permitiendo al oyente construir mentalmente una imagen del podcaster basada únicamente en su voz, lo que refuerza esa conexión mucho mas íntima.
En un mundo donde todo se mueve rápido, donde las imágenes nos bombardean a cada segundo, el audio ofrece un respiro. Un espacio donde lo único que importa es el contenido.
Como mencioné antes, he hecho pódcast en video. Lo seguiré haciendo porque sé que muchos prefieren ese formato, pero no es algo que realmente disfrute. Cada vez que me coloco frente a la cámara, siento que algo se pierde. Hay una espontaneidad y una autenticidad que desaparecen cuando la imagen entra en juego. Y no solo lo noto yo, lo he escuchado de otros creadores también. Esta sensación de estar atrapados en la necesidad de “verse bien”, de cumplir con una estética visual que, al final, no tiene nada que ver con lo que queríamos contar en un principio.
Por eso defiendo tanto el pódcast en su formato más puro, el de audio. Es ahí donde siento que el contenido puede brillar sin distracciones. Donde las ideas, no la apariencia, son lo que realmente importa. Porque, al final del día, lo que queremos es ser escuchados, no solo ser vistos.
Al fin y al cabo, esto no deja de ser una reflexión personal. Si disfrutas del podcasting en cualquiera de sus formatos, ya sea en vídeo o en audio, me parece estupendo. Lo importante es que cada uno encuentre la manera de expresarse de la forma que más le llene y le haga feliz.
Gracias por haber dedicado tu tiempo a leerme. ¡Un saludo!